Capturadas cinco personas e incautados insumos al parecer para el procesamiento de narcóticos

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Operativos de control territorial

En el marco de las operaciones contra el narcotráfico, la Policía Nacional logró la captura de cinco personas, entre los 21 y 47 años de edad, por el delito de tráfico de sustancias químicas para la elaboración de narcóticos. Los resultados se dieron gracias a dos operativos simultáneos adelantados por la Seccional de Tránsito y Transporte del Departamento de Policía Putumayo.

El primer operativo se llevó a cabo en la vía nacional Pasto – Puente Pepino, a la altura del kilómetro 130+300, sector vereda El Pepino, jurisdicción del municipio de Mocoa. El segundo procedimiento se desarrolló en la vía Santana – Mocoa, kilómetro 52+200, cerca de la base antinarcóticos de la vereda Canangucho, municipio de Villagarzón.

Durante las inspecciones, los uniformados interceptaron vehículos tipo camión que transportaban 57 canecas de 55 galones, con una sustancia líquida transparente identificada como acetona, además de 207,5 galones de ácido clorhídrico. En total, se incautaron 3.135 galones de sustancias químicas, avaluadas en más de 330 millones de pesos, que serían utilizadas para la producción de narcóticos.

El teniente coronel Jaime Hernán Rojas Parra, comandante encargado del Departamento de Policía Putumayo, resaltó:

“Estos operativos son fundamentales dentro de la estrategia de control y erradicación del narcotráfico en Putumayo. La incautación de estos insumos impide la producción de drogas ilícitas y contribuye a desmantelar las redes de distribución que operan en la región”.

Los capturados y los insumos incautados fueron dejados a disposición de la Fiscalía General de la Nación, autoridad encargada de continuar con el proceso judicial correspondiente.

Con esta operación, la Policía Nacional de los colombianos reafirma su compromiso con la seguridad, la convivencia y la lucha frontal contra el crimen organizado en el departamento del Putumayo.

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Policía captura a hombre que confesó ser responsable de la muerte de una mujer en La Hormiga

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Un llamado al respeto y la tolerancia.

La tragedia ocurrió en la cabecera municipal de La Hormiga, donde una mujer de 30 años fue encontrada sin vida en el interior de su vivienda. Según versiones preliminares, la mujer habría tenido una discusión con su expareja, un hombre de 26 años, quien aparentemente reaccionó con violencia. El agresor, que convivió con la víctima durante aproximadamente seis meses, habría utilizado un arma cortopunzante para causarle varias heridas.

El presunto agresor se presentó de manera voluntaria ante las autoridades policiales y manifestó lo ocurrido, lo que permitió su captura. Simultáneamente, la Policía Nacional, en conjunto con el equipo de la Policía Judicial adscrito a la Seccional de Investigación Criminal, procedió a asegurar la escena del crimen, realizar la inspección técnica del cadáver y recolectar las pruebas pertinentes.

La víctima, cuya identidad aún no ha sido revelada por las autoridades, fue hallada sin signos vitales en su residencia. Después de resguardar el lugar y llevar a cabo las diligencias correspondientes, el cuerpo fue trasladado a la morgue para su posterior examen. La Fiscalía 50 Seccional del Valle del Guamuez asumió el caso y continuará con el proceso judicial por el delito de homicidio.

El teniente coronel Jaime Hernán Rojas Parra, comandante encargado de la Policía del Putumayo, manifestó: “Este tipo de actos de intolerancia deben ser condenados enérgicamente. La Policía Nacional está comprometida con la seguridad de todos los ciudadanos, pero la prevención de estos crímenes también requiere del compromiso de la comunidad para denunciar cualquier comportamiento sospechoso”.

La Fiscalía 50 Seccional continuará con las investigaciones para esclarecer los detalles del hecho y avanzar en la judicialización del presunto agresor.

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En el corazón del barrio San Carlos de la comuna 8, se vivió una jornada que dejó huella en el alma de la comunidad.

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La Policía Metropolitana de Neiva fortaleció lazos de confianza y convivencia a través de actividades.

En un ambiente lleno de entusiasmo, unión y aprendizaje, el Grupo de Policía Comunitaria de la Policía Metropolitana de Neiva, en alianza con el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), desarrolló una jornada de capacitación gastronómica dirigida a los habitantes del barrio San Carlos, en la comuna 8 de la capital huilense.

Más que una clase de cocina, esta actividad se convirtió en un encuentro con la cultura, la historia y la pasión que habita en cada plato, donde los participantes pudieron compartir experiencias, conocimientos y recetas que reflejan la riqueza culinaria de nuestra región.

Capacitarse en gastronomía es abrir las puertas a un universo de sabores, creatividad y emociones. Es comprender que detrás de cada receta existe una historia que contar, una tradición que preservar y una oportunidad para transformar vidas.

Gracias al compromiso de la Policía Comunitaria, los ciudadanos exploraron nuevas técnicas culinarias, conocieron tendencias gastronómicas y vislumbraron oportunidades de crecimiento laboral en el apasionante mundo de la cocina.

El señor coronel Héctor Jairo Betancourt Rojas, comandante de la Policía Metropolitana de Neiva, reafirmó su compromiso con la comunidad, promoviendo espacios de participación, aprendizaje y desarrollo que fortalecen la convivencia y la confianza entre la ciudadanía y su Policía Nacional.

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Notificación por aviso Solicitud SIPQR2S 778641-20251017

Notificación por aviso Solicitud SIPQR2S 778641-20251017
Fecha fijación
-
Tipo de acto administrativo
Comunicación oficial
Nombre
Usuario Anónimo
Unidad
Cúcuta
Número proceso
778641-20251017

Resolución N° 03533 del 16-10-2025 Subintendente Eliecer Garavito Ibáñez

Resolución N° 03533 del 16-10-2025 Subintendente Eliecer Garavito Ibáñez
Fecha fijación
-
Tipo de acto administrativo
Comunicación oficial
Nombre
Subintendente Eliecer Garavito Ibáñez
Unidad
Cúcuta
Número proceso
03533

Juraron bajo los mangos de la Esmeralda.

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El sol les marcaba el filo del uniforme y les endurecía el gesto.

El mediodía cayó a plomo sobre el pueblo. El sol encendía los techos de zinc y hacía vibrar el aire como una lámina caliente. En el barrio La Esmeralda, los mangos levantaban su sombra ancha sobre el polvo del campo. Bajo ellos, los jóvenes esperaban en silencio, con el sudor marcándoles la frente y la ilusión bien prendida al uniforme. De vez en cuando, un fruto maduro se desprendía y caía al suelo, como si también quisiera estar presente en la ceremonia.

Cuarenta y tres jóvenes permanecían en formación bajo la claridad inmóvil del mediodía. El aire parecía detenido, espeso, como si la respiración del pueblo entero esperara con ellos. Nadie hablaba. Se oía apenas el roce seco de las botas sobre la tierra y, a lo lejos, el canto insistente de un gallo que se resistía al silencio. Algunos habían llegado desde el sur, otros desde los pueblos ribereños, y uno que otro tenía en el acento la nostalgia del monte. Vestían igual —uniforme recién planchado, botas que brillaban como espejos—, pero en el fondo de cada mirada había una historia distinta, una promesa que todavía no sabía su peso.

Hubo palmas que sonaron secas, ojos que brillaron con el reflejo del mediodía y una voz que fue nombrando, uno por uno, a los nuevos servidores. Las madres, con pañuelos descoloridos o chancletas gastadas, seguían el acto desde la sombra, inmóviles, con la mirada tensa de quien quiere retener para siempre una imagen.

A un costado, los mandos policiales observaban sin parpadear. El sol les marcaba el filo del uniforme y les endurecía el gesto. El coronel Alejandro Reyes Ramírez tomó el micrófono con serenidad y habló sin levantar la voz. Dijo que servir no era solo portar un arma o un uniforme, sino hacerlo con respeto, con memoria y con valor. Cada palabra pareció quedarse flotando en el aire espeso de La Esmeralda, y dejó a los jóvenes llenos de orgullo y deseos de servir. La cancha de fútbol, que tantas veces vio sudor de partido, se volvió escenario solemne. El polvo se aquietó, el murmullo se apagó y, por un instante, todo Magangué pareció sostener el juramento junto a ellos.

No hay magia más cierta que la que florece de una decisión libre. Los sesenta y cuatro cruzaron la línea invisible que separa al muchacho del servidor, y en ese paso el aire mismo pareció cambiar de color. Ahora llevan su elección como quien lleva una insignia en el pecho: con orgullo sereno, con la alegría sencilla del que se sabe útil. El radio en la cintura brilla como un sol doméstico, y el deber —ese invisible compañero— les camina al lado, respirando junto a ellos.

Esa tarde, cuando el acto se disolvió en aplausos y abrazos, el viejo mango del patio volvió a cumplir su rito. Desde su altura, desprendió un fruto maduro que cayó rodando hasta el pie de una madre que aún no se movía. Ella lo recogió con una dulzura antigua, lo partió en dos con las manos firmes y ofreció la mitad a su hijo.
—Ahora sí, mijo —murmuró.

No hizo falta decir más: en ese gesto quedó dicho todo lo que el lenguaje nunca alcanza.

Al caer la tarde, la comunidad del municipio se quedó un instante mirando el horizonte, como si en el aire aún quedara suspendido el eco de los juramentos. Las palabras se habían agotado, pero la emoción seguía latiendo en los rostros de las familias. Aquella ceremonia no fue solo un acto protocolario, sino el retrato vivo del esfuerzo compartido, de los días de entrega y esperanza que ahora germinan en un futuro más seguro para la región.

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