El intendente Willington Rodríguez Da Silva y el subteniente Marlon Lengua Mejía escribieron una página memorable en la historia de Colombia por su heroica actuación la noche del accidente del avión del equipo de fútbol brasileño Chapecoense, ocurrido el 28 de noviembre de 2016 en La Unión (Antioquia) y que dejó 71 muertos. Los primeros en llegar al lugar del siniestro fueron los policías de la Estación de La Unión, encabezados por el Intendente Rodríguez Da Silva. En medio de un fuerte aguacero, los uniformados se abrieron camino con la ayuda de machetes y linternas. La bruma cada vez era más espesa y la temperatura cada vez más baja. El intendente, con ancestros brasileños y tres hermanos nacidos en la tierra vecina, solo pensaba en servir y ayudar. Los lamentos y pedidos de auxilio se perdían en la oscuridad. En medio de las tinieblas, sus ojos se encontraron con la humanidad del técnico aéreo Edwin Tumirí, de nacionalidad boliviana, quien llamaba por sus nombres a los demás integrantes de la tripulación. Muy cerca se escuchaban los lamentos y el llanto de la asistente de vuelo Ximena Suárez. “Tranquilos, ya los vamos a sacar de acá, no se preocupen”, les decía el valiente policía.
Desde otro lugar, desde la Estación del municipio de La Ceja, el subteniente Marlon Lengua Mejía también comenzaba a escribir una nueva página de humanismo y heroísmo. Con otros cinco uniformados llegó hasta el sitio donde habían evacuado a cinco de los sobrevivientes. Ya eran las 12 de la noche, y su labor hasta las 2 de la mañana fue ubicar cuerpos, tratar de detectar un lugar dónde dejarlos para que la luz del día permitiera a la unidad judicial evacuarlos. Las esperanzas se acababan. Al parecer no había más sobrevivientes. Pero el subteniente caminaba de un lado a otro escuchando y descartando sonidos. De un momento a otro escuchó a lo lejos algo similar a un lamento intermitente. Cada minuto y medio lo sentía más fuerte. Hasta que 40 minutos después, debajo de un árbol, encontró al último sobreviviente: Helio Zampiere Neto, defensa del equipo. “Fue un milagro. El pecho se me llenó de orgullo al verlo vivo”. La tarea de rescate no fue fácil. El gran jugador mide 1,95 metros y es de contextura gruesa. “Una vez logramos ponerlo en la camilla su lamento cesó. Con sus manos trataba de tocar una grave herida que tenía en su cabeza. Y yo trataba de tranquilizarlo”, recuerda el joven oficial. Fue una travesía extenuante. “Todo era lodo y charcos. Nos caíamos y volvíamos a levantarnos, teniendo firme la camilla”. Así culminó la épica hazaña de dos policías que por siempre vivirán en el corazón de Brasil.
Vía: Libro Nuestras Historias - 50 crónicas de héroes anónimos - Click aquí